PRÓXIMO DÍA. Reunión de trabajo. Hay buena vibra,
porque se ha decidido que después nos vamos todos a comer pizza. Si hay algo
que le puede gustar a un adicto, es la pizza.
Cerramos pronto la reunión de trabajo, y nos vamos
todos pues a la pizzería.
O casi todos. La Moniquita se queda esperando a su
mamá en el grupo, pues es allí donde la pasará a recoger su mamá.
Ricky (quién más sino el cantineador Ricky) ofrece
esperar con ella en el local, mientras la pasan a buscar.
En la pizzería, todos felices. Menos el Ricky y la
Moniquita, están todos… y algunos más. El Gordo controlando la situación desde
una punta de la gran mesa. En cuanto al Licho, le ha hueveado el celular a
Otoniel, sin que se diera cuenta, y Otoniel que lo está buscando puro mula,
para divertimento de Ramiro. La Bianka y el Rafa se colocaron en el otro
extremo de la gran mesa, y yo me posicioné más bien lejos de ellos, al lado de
Juan Manuel. Don Esvin hablando con la Madrina, que se le pasó el susto de la
pasarela y parece contenta. Otros compas se han unido a nosotros, en cuenta el
Aníbal. Pedimos dos metros de pizza. Al final, Otoniel cae en cuenta que su
celular es Licho quien lo tiene. Carcajadas nada amortiguadas de los presentes,
que a estas alturas ya habían captado todo el juego.
Cuando traen la pizza, todos proceden a comer de
buen apetito. Especialmente Licho, porque a pesar de ser tan chiquito harta
como coche. Conversaciones y casacas empiezan y terminan, para volver a
empezar. Hasta me da gusto ver a la Bianca socializando, y no simplemente
cogiendo como chucha. Nel, pensé. Si en el fondo esta chava es buena onda.
Don Esvin quiere saber cómo me está yendo con al
recuperación. Le digo que bien.
–La recuperación hay que talonearla –me dice y
asegura–. Si usted talonea su recuperación pues nunca va a recaer –me
argumenta, levantando un dedo orientador–.
–Eso –añade Otoniel.
–A huevos –añade el Licho, con el hocico lleno de
pizza.
–Usted CÁLLESE serote –le dice Rafa, mitad en broma
mitad en serio–. Si vos lo menos que hacés es trabajar el programa.
Aprovecho el momento para echarme una meada.
Paso a un lado de Juan Manuel, que se había
levantado antes para hablar por celular. Está como sacado de onda.
–Después nos arreglamos… Solo apuráte… –terminó la
llamada.
Le pregunté si estaba bien. Me dijo que sí: que
estaba hablando con su viejo.
Fue una meada placentera. Luego de sacudírmela, me
disponía a largarme del baño, cuando caí en cuenta que allí, enfrente,
veleidosa y implacable, estaba la Bianka: se había metido sin que yo me diera
cuenta. Bianka, hacéme el favor de salir de aquí, se va a dar cuenta el Rafa,
le supliqué. Pero la Bianka ya me estaba encerrando en uno de los cubículos, y
de hecho ya me la estaba mamando. Yo dejé que lo hiciera, mientras pensaba en
su traido, comiendo allá afuera. Sí, serotes, no soy inteligente.
Quedamos en que iba a salir primero yo, y luego
ella iba a esperar un rato en el baño de mujeres, antes de reintegrarse a la
mesa.
Llegué a la mesa, y me di cuenta que Rafa me estaba
viendo con cara de maleado. Nada hay de más inconfundible que la cara de un
serote que sabe que te estás cogiendo a su mujer. Me hice el loco, aunque
sentía sus ojos buscándome, taloneándome. Después llegó la Bianka a la mesa, y
empezaron ellos a discutir. Al punto que, al cabo de un rato, él se levantó y
se largó, no sin antes dirigirme una mirada helada (pero agradecí que se fuera,
bendito sea el Santísimo). Todos notaron que algo malo estaba ocurriendo,
aunque prefirieron no detener a Rafa. Bianka se quedó como triste en una
esquina de la mesa. Nunca la había visto así de vulnerable. Como sea, preferí
no hablarle, para no echarle leña al fuego. Don Esvin, él sí, fue a platicarle
un rato. Algo le debe de haber dicho de bueno, porque la Bianka inclusive se
puso a sonreír. Yo ya me quería ir a la verga.
Pasado un rato, vi que la Bianka se había
levantado, estaba hablando en tono exaltado por el celular.
Entonces ingresó Ricky al restaurante. Nos explicó
que la mamá de la Moniquita había tenido
no sé qué contratiempo, y que ni a putas la pasaba a recoger, así que se
pusieron a ordenar el grupo, y a hacer la talacha para mientras. Que
seguidamente había llegado al Rafa, como la gran puta; que estuvo hablando un
rato con él, calmándolo.
–Luego me vine, dijo Ricky.
–¿Y la Moniquita? –preguntó Don Esvin, nervioso.
–Se quedó con el Rafa. Rafa dijo que se iba a
quedar con ella.
Eso no le pareció muy bien a Don Esvin, vista la
expresión en su cara.
Le preguntamos a Ricky si quería pizza, pero dijo
que no tenía hambre.
Pedimos postre, y seguimos casaqueando como media
hora.
Luego nos levantamos. A Bianka la pasó buscando el
Rafa al ratito, en plan reconciliación. A mi me dio jalón el Juan Manuel.
Llegué a la casa a dormir bien rico. No era de
extrañar, después de semejante hartada. Y hubiera dormido mejor, si no me
hubiera levantado una llamada a las cuatro de la mañana.
Era del Juan Manuel, quien me dijo que a la
Moniquita la habían descubierto muerta en el grupo.
FUE la dueña del local (quien vive a la vuelta del
mismo) quien llamó a Juan Manuel. Y Juan Manuel, siendo el coordinador actual
del grupo, le avisó a todos los miembros.
Al parecer, quien se dio cuenta del despelote fue
el vecino de enfrente. Estaba parqueando el carro, ya tarde, luego de ir a
tomarse unas birrias con unos amigos, se dio cuenta que la puerta del grupo
estaba bien abierta, y la luz prendida, cosa que nunca ocurre a esas horas. Así
que fue a inspeccionar, tocó la puerta, buenas noches, dijo en voz alta, y
nada. Entonces vio el bracito. El bracito de la Moniquita. Se acercó: y allí
estaba el cadáver.
El vecino llamó a la policía, que pronto se hizo
presente. Todos los del sector salieron a ver qué estaba pasando, en cuenta la
dueña del local –que llamó a Juan Manuel.
FUIMOS AL CEMENTERIO. La familia de la Moniquita
nos miraba con desconfianza y animadversión. No fue nada divertido.
EL LOCAL, habiéndose convertido en un escenario
criminal, permaneció sin reuniones toda una semana.
Sí, fue una semana extraña. Una semana de
especulaciones, entrevistas por parte de las autoridades, llamadas telefónicas.
Por cierto que alguien del Ministerio Público, un fiscal llamado Julio, se
comunicó conmigo. Le dije lo que sabía. Me dejó su número de teléfono.
Yo, en la soledad de mi apartamento, procuré
recordar algún detalle de esa noche, algo inusual, o sea. Todos estábamos en la
reunión del grupo, me parece. Hasta la Madrina. ¿Faltaba alguien? Bueno, Ricky.
Juan Manuel fue quién me contó todo respecto a la
muerte de la Moniquita. Juan Manuel, y los diarios… Que publicitaron bastante
la noticia, ya se imaginan.
Al parecer la mataron con la cafetera. Varios
golpes directo en la shola. La Moniquita tenía todo el lado derecho
desfigurado, a pura verga. Fue un crimen bastante crudo, en ese sentido. La
Moniquita quedó tirada al lado de la mesa del café.
Nadie sabe quién podría haberle querido hacerle
daño a la Moniquita, ese pequeño ángel. Pero en este país, pequeños ángeles
como la Moniquita mueren todos los días asesinados, sin razón alguna.
Hay claras tendencias que denotan que en Guatemala
hay una guerra hacia la mujer. Es francamente turbador. Si algo puede ponerme
triste es leer en el diario todas esas noticias sobre mujeres exterminadas. A
veces solo encuentran partes de ellas.
No, nada más desagradable que tomar el café por la
mañana y leer en el diario cómo encontraron la cabeza de una niña, o algo que
podría haber sido su piecito.
TODOS LOS MIEMBROS del grupo tenían lo suyo qué
decir respecto de la muerte de la Moniquita, al parecer, pero no fue hasta sino
una semana después que todos pudieron decir lo que pensaban. Fue una reunión de
trabajo especial, dadas las circunstancias. Había algo por un lado tenso, por
el otro triste, en la atmósfera.
Juan Manuel estaba llevando la reunión de trabajo,
afanosamente, mientras Ricky, el secretario, lo anotaba todo en acta. Todos
fuimos hablando, despidiéndonos a nuestro modo de la Moniquita.
Don Esvín pidió la palabra. Estaba destruido. Tenía
hasta problemas respiratorios. Este asunto le había afectado particularmente.
Pronto se puso a llorar. Y Juan Manuel se puso a llorar con él: con su padrino.
El Gordo, él también, habló:
–Como agarre a esos hijos de la gran puta, les voy
a zampar dos bombazos –acribilló.
–Tranquilo vos.
–Vos andá hablá con tu madre.
–Tranquilo vos.
Luego hubo un gran silencio en el grupo.
Luego habló Ricky.
Ricky volvió a repasar los eventos de esa noche,
tal y como los había planteado en la pizzería.
Rafa los corroboró, agregando alguno más:
–Nomás se fue Ricky, me llamó la Bianka, para
reconciliarse conmigo, porque antes nos habíamos peleado, como ustedes saben.
Me dijo que por favor la pasara a recoger al grupo. Todavía le hice huevos a la
Moniquita un rato, pero al final le terminé preguntando si estaba bien que se
quedara ella sola, que tenía que ir a arreglar mi vergueo con la Bianka. Y me
dijo que estaba bien. Y entonces me fui a la pizzería, por la Bianka.
–¡¿La dejaste sola?! –le preguntó Don Esvín, ya
violáceo, en pura rabia.
Juan Manuel juzgó sabio en ese momento dar por
finalizada la reunión.
EN LA MAÑANA, algo me hizo ir a la Iglesia. No soy
religioso, pero se me figuró que era un buen lugar para pensar.
Solo habían algunas personas, quizá pidiendo a Dios
que les arreglase asuntos presupuestarios.
Una de ellas rezaba; era un murmullo borracho,
mohoso, narcotizante. Una especie de delirio. Sentí que la iglesia era un buen
lugar para estar, mientras los cirios daban su olor transparente.
Porque necesitaba pensar. Debía resolver este
crimen. Toda mi vida he sido partidario del más descomunal egoísmo. Mi adicción
a las drogas acrecentó como nada este rasgo indiferente de mi personalidad. Así
que pensé que si daba con el culpable de este crimen, era en cierta forma una
manera de enmendar por todo el daño que he hecho en tantos años de hedonismo
químico.
En ese momento, sonó el celular: mi madre. Después
del asesinato, ha estado rependiente de mí. Ya sabía ella por supuesto que yo
estaba yendo al grupo de Doce Pasos “Hazlo simple”. Por demás, para su
regocijo. Pero por supuesto no le había causado gracia alguna lo del
asesinato.
Salí de la iglesia, y hablé un rato con ella, mi
madre, por el celular, sentado en una de las bancas del parquecito. La escuché
y la escuché. Era un pastel de preocupación. Pero para mí sorpresa no hubo
fricción con ella.
El aire me trajo un vago olor a árboles.
Por la noche, fui al grupo. Había un chavito fresa
a quien le estaban dando la bienvenida, la clase de chavitos que apenas han
consumido pero según ellos son unos grandes drogos. Se nota que no se van a
quedar en el programa. Nos hacen perder un poco el tiempo a todos. Pero en fin,
lo dice el dicho: haz el bien y no mires a quien.
Todos los miembros regulares del grupo están
presentes, según alcanza a percibir mi sistema visual.
Don Esvín todavía bajoneado –se nota– por la muerte
de su ahijada.
Ricky un poco demasiado errático para mi gusto.
La Bianka me lanza miradas insistentes. Muerta la
Moniquita, ahora es ella la única mujer restante en el grupo.
Juan Manuel está llevando la mesa, como quien no
quiere la cosa. Lo cual es raro en él, puesto que generalmente hace este tipo
de actividades con dedicación y optimismo.
El Ramiro no está presente, dado que se ha ido a
una convención en Honduras.
–Puta madre –exclama Licho, que se ha derramado la
taza de café encima.
No veo a Licho como un asesino porque: a) es
demasiado mula para asesinar a alguien, y porque b) es demasiado mula para
asesinar a alguien.
Pero en el fondo no hay por qué descartar a
ninguno.
De pronto, el Rafa me empieza a sacar la madre, de
la nada. Seguramente no le gustó nada que la Bianka me estuviera lanzando
miradas insistentes.
–Tu madre serote –le dijo el Gordo–. Dejá al nuevo
en paz –añadió, refiriéndose a mí–.
Pero Rafa claro ya estaba de pie, y yo también, de
hecho.
–¿Creés que soy maje, que no sé que está pasando
entre vos y la Bianka? –grita.
Me retó a que fuéramos a la calle, y yo no me rajé,
porque en algún lugar de mi cerebro hay siempre un chip serote que no me
permite decirle que no a unos buenos vergazos. Luego de una interminable
seguidilla de insultos, me pegó un primer pijazo funcional, que yo le devolví.
–Te estás cogiendo a mi novia pedazo de mierda, y
te voy a romper el hocico –me dijo.
Casi parecía alcoholizado.
Intercambiamos un par de pijazos, nada muy grave,
esos pijazos que son muy escandalosos pero que tampoco es que hagan tanto daño.
Luego llegaron el Otoniel, el Juan Manuel y el
Gordo (a quien no le gusta que haya caos en su
grupo) y se interpusieron entre nosotros. La Madrina estaba viéndonos, con
inmensa tristeza, la tristeza de una mujer que no comprende cómo dos miembros
en recuperación se comportan así de mulas. No me sentí muy de a huevo. Empecé a
darme cuenta que la había cagado. Hasta los de la tienda con el logotipo de
Claro salieron a ver qué onda.