10.

PRÓXIMO DÍA. Reunión de trabajo. Hay buena vibra, porque se ha decidido que después nos vamos todos a comer pizza. Si hay algo que le puede gustar a un adicto, es la pizza. 
           
Cerramos pronto la reunión de trabajo, y nos vamos todos pues a la pizzería.
           
O casi todos. La Moniquita se queda esperando a su mamá en el grupo, pues es allí donde la pasará a recoger su mamá.
           
Ricky (quién más sino el cantineador Ricky) ofrece esperar con ella en el local, mientras la pasan a buscar.
           
En la pizzería, todos felices. Menos el Ricky y la Moniquita, están todos… y algunos más. El Gordo controlando la situación desde una punta de la gran mesa. En cuanto al Licho, le ha hueveado el celular a Otoniel, sin que se diera cuenta, y Otoniel que lo está buscando puro mula, para divertimento de Ramiro. La Bianka y el Rafa se colocaron en el otro extremo de la gran mesa, y yo me posicioné más bien lejos de ellos, al lado de Juan Manuel. Don Esvin hablando con la Madrina, que se le pasó el susto de la pasarela y parece contenta. Otros compas se han unido a nosotros, en cuenta el Aníbal. Pedimos dos metros de pizza. Al final, Otoniel cae en cuenta que su celular es Licho quien lo tiene. Carcajadas nada amortiguadas de los presentes, que a estas alturas ya habían captado todo el juego.
           
Cuando traen la pizza, todos proceden a comer de buen apetito. Especialmente Licho, porque a pesar de ser tan chiquito harta como coche. Conversaciones y casacas empiezan y terminan, para volver a empezar. Hasta me da gusto ver a la Bianca socializando, y no simplemente cogiendo como chucha. Nel, pensé. Si en el fondo esta chava es buena onda.
           
Don Esvin quiere saber cómo me está yendo con al recuperación. Le digo que bien.
           
–La recuperación hay que talonearla –me dice y asegura–. Si usted talonea su recuperación pues nunca va a recaer –me argumenta, levantando un dedo orientador–.
           
–Eso –añade Otoniel.
           
–A huevos –añade el Licho, con el hocico lleno de pizza.
           
–Usted CÁLLESE serote –le dice Rafa, mitad en broma mitad en serio–. Si vos lo menos que hacés es trabajar el programa.
           
Aprovecho el momento para echarme una meada.
           
Paso a un lado de Juan Manuel, que se había levantado antes para hablar por celular. Está como sacado de onda.
           
–Después nos arreglamos… Solo apuráte… –terminó la llamada.
           
Le pregunté si estaba bien. Me dijo que sí: que estaba hablando con su viejo.
           
Fue una meada placentera. Luego de sacudírmela, me disponía a largarme del baño, cuando caí en cuenta que allí, enfrente, veleidosa y implacable, estaba la Bianka: se había metido sin que yo me diera cuenta. Bianka, hacéme el favor de salir de aquí, se va a dar cuenta el Rafa, le supliqué. Pero la Bianka ya me estaba encerrando en uno de los cubículos, y de hecho ya me la estaba mamando. Yo dejé que lo hiciera, mientras pensaba en su traido, comiendo allá afuera. Sí, serotes, no soy inteligente.
           
Quedamos en que iba a salir primero yo, y luego ella iba a esperar un rato en el baño de mujeres, antes de reintegrarse a la mesa. 
           
Llegué a la mesa, y me di cuenta que Rafa me estaba viendo con cara de maleado. Nada hay de más inconfundible que la cara de un serote que sabe que te estás cogiendo a su mujer. Me hice el loco, aunque sentía sus ojos buscándome, taloneándome. Después llegó la Bianka a la mesa, y empezaron ellos a discutir. Al punto que, al cabo de un rato, él se levantó y se largó, no sin antes dirigirme una mirada helada (pero agradecí que se fuera, bendito sea el Santísimo). Todos notaron que algo malo estaba ocurriendo, aunque prefirieron no detener a Rafa. Bianka se quedó como triste en una esquina de la mesa. Nunca la había visto así de vulnerable. Como sea, preferí no hablarle, para no echarle leña al fuego. Don Esvin, él sí, fue a platicarle un rato. Algo le debe de haber dicho de bueno, porque la Bianka inclusive se puso a sonreír. Yo ya me quería ir a la verga.
           
Pasado un rato, vi que la Bianka se había levantado, estaba hablando en tono exaltado por el celular.
           
Entonces ingresó Ricky al restaurante. Nos explicó que la mamá de la  Moniquita había tenido no sé qué contratiempo, y que ni a putas la pasaba a recoger, así que se pusieron a ordenar el grupo, y a hacer la talacha para mientras. Que seguidamente había llegado al Rafa, como la gran puta; que estuvo hablando un rato con él, calmándolo.
           
–Luego me vine, dijo Ricky.
           
–¿Y la Moniquita? –preguntó Don Esvin, nervioso.
           
–Se quedó con el Rafa. Rafa dijo que se iba a quedar con ella.
           
Eso no le pareció muy bien a Don Esvin, vista la expresión en su cara.
           
Le preguntamos a Ricky si quería pizza, pero dijo que no tenía hambre.
           
Pedimos postre, y seguimos casaqueando como media hora.
           
Luego nos levantamos. A Bianka la pasó buscando el Rafa al ratito, en plan reconciliación. A mi me dio jalón el Juan Manuel. 
           
Llegué a la casa a dormir bien rico. No era de extrañar, después de semejante hartada. Y hubiera dormido mejor, si no me hubiera levantado una llamada a las cuatro de la mañana.
           
Era del Juan Manuel, quien me dijo que a la Moniquita la habían descubierto muerta en el grupo.



FUE la dueña del local (quien vive a la vuelta del mismo) quien llamó a Juan Manuel. Y Juan Manuel, siendo el coordinador actual del grupo, le avisó a todos los miembros.
           
Al parecer, quien se dio cuenta del despelote fue el vecino de enfrente. Estaba parqueando el carro, ya tarde, luego de ir a tomarse unas birrias con unos amigos, se dio cuenta que la puerta del grupo estaba bien abierta, y la luz prendida, cosa que nunca ocurre a esas horas. Así que fue a inspeccionar, tocó la puerta, buenas noches, dijo en voz alta, y nada. Entonces vio el bracito. El bracito de la Moniquita. Se acercó: y allí estaba el cadáver.
           
El vecino llamó a la policía, que pronto se hizo presente. Todos los del sector salieron a ver qué estaba pasando, en cuenta la dueña del local –que llamó a Juan Manuel.



FUIMOS AL CEMENTERIO. La familia de la Moniquita nos miraba con desconfianza y animadversión. No fue nada divertido.



EL LOCAL, habiéndose convertido en un escenario criminal, permaneció sin reuniones toda una semana.
           
Sí, fue una semana extraña. Una semana de especulaciones, entrevistas por parte de las autoridades, llamadas telefónicas. Por cierto que alguien del Ministerio Público, un fiscal llamado Julio, se comunicó conmigo. Le dije lo que sabía. Me dejó su número de teléfono.
           
Yo, en la soledad de mi apartamento, procuré recordar algún detalle de esa noche, algo inusual, o sea. Todos estábamos en la reunión del grupo, me parece. Hasta la Madrina. ¿Faltaba alguien? Bueno, Ricky.
           
Juan Manuel fue quién me contó todo respecto a la muerte de la Moniquita. Juan Manuel, y los diarios… Que publicitaron bastante la noticia, ya se imaginan.  
           
Al parecer la mataron con la cafetera. Varios golpes directo en la shola. La Moniquita tenía todo el lado derecho desfigurado, a pura verga. Fue un crimen bastante crudo, en ese sentido. La Moniquita quedó tirada al lado de la mesa del café.
             
Nadie sabe quién podría haberle querido hacerle daño a la Moniquita, ese pequeño ángel. Pero en este país, pequeños ángeles como la Moniquita mueren todos los días asesinados, sin razón alguna.
           
Hay claras tendencias que denotan que en Guatemala hay una guerra hacia la mujer. Es francamente turbador. Si algo puede ponerme triste es leer en el diario todas esas noticias sobre mujeres exterminadas. A veces solo encuentran partes de ellas.
           
No, nada más desagradable que tomar el café por la mañana y leer en el diario cómo encontraron la cabeza de una niña, o algo que podría haber sido su piecito.



TODOS LOS MIEMBROS del grupo tenían lo suyo qué decir respecto de la muerte de la Moniquita, al parecer, pero no fue hasta sino una semana después que todos pudieron decir lo que pensaban. Fue una reunión de trabajo especial, dadas las circunstancias. Había algo por un lado tenso, por el otro triste, en la atmósfera.
           
Juan Manuel estaba llevando la reunión de trabajo, afanosamente, mientras Ricky, el secretario, lo anotaba todo en acta. Todos fuimos hablando, despidiéndonos a nuestro modo de la Moniquita.
           
Don Esvín pidió la palabra. Estaba destruido. Tenía hasta problemas respiratorios. Este asunto le había afectado particularmente. Pronto se puso a llorar. Y Juan Manuel se puso a llorar con él: con su padrino.
           
El Gordo, él también, habló:
           
–Como agarre a esos hijos de la gran puta, les voy a zampar dos bombazos –acribilló. 
           
–Tranquilo vos.
           
–Vos andá hablá con tu madre.
           
–Tranquilo vos. 
           
Luego hubo un gran silencio en el grupo.
           
Luego habló Ricky.
           
Ricky volvió a repasar los eventos de esa noche, tal y como los había planteado en la pizzería.
           
Rafa los corroboró, agregando alguno más:
           
–Nomás se fue Ricky, me llamó la Bianka, para reconciliarse conmigo, porque antes nos habíamos peleado, como ustedes saben. Me dijo que por favor la pasara a recoger al grupo. Todavía le hice huevos a la Moniquita un rato, pero al final le terminé preguntando si estaba bien que se quedara ella sola, que tenía que ir a arreglar mi vergueo con la Bianka. Y me dijo que estaba bien. Y entonces me fui a la pizzería, por la Bianka.
           
–¡¿La dejaste sola?! –le preguntó Don Esvín, ya violáceo, en pura rabia.

Juan Manuel juzgó sabio en ese momento dar por finalizada la reunión.



EN LA MAÑANA, algo me hizo ir a la Iglesia. No soy religioso, pero se me figuró que era un buen lugar para pensar.
           
Solo habían algunas personas, quizá pidiendo a Dios que les arreglase asuntos presupuestarios.

Una de ellas rezaba; era un murmullo borracho, mohoso, narcotizante. Una especie de delirio. Sentí que la iglesia era un buen lugar para estar, mientras los cirios daban su olor transparente.
           
Porque necesitaba pensar. Debía resolver este crimen. Toda mi vida he sido partidario del más descomunal egoísmo. Mi adicción a las drogas acrecentó como nada este rasgo indiferente de mi personalidad. Así que pensé que si daba con el culpable de este crimen, era en cierta forma una manera de enmendar por todo el daño que he hecho en tantos años de hedonismo químico.
           
En ese momento, sonó el celular: mi madre. Después del asesinato, ha estado rependiente de mí. Ya sabía ella por supuesto que yo estaba yendo al grupo de Doce Pasos “Hazlo simple”. Por demás, para su regocijo. Pero por supuesto no le había causado gracia alguna lo del asesinato. 
           
Salí de la iglesia, y hablé un rato con ella, mi madre, por el celular, sentado en una de las bancas del parquecito. La escuché y la escuché. Era un pastel de preocupación. Pero para mí sorpresa no hubo fricción con ella.
           
El aire me trajo un vago olor a árboles.
           
Por la noche, fui al grupo. Había un chavito fresa a quien le estaban dando la bienvenida, la clase de chavitos que apenas han consumido pero según ellos son unos grandes drogos. Se nota que no se van a quedar en el programa. Nos hacen perder un poco el tiempo a todos. Pero en fin, lo dice el dicho: haz el bien y no mires a quien.
           
Todos los miembros regulares del grupo están presentes, según alcanza a percibir mi sistema visual.  
           
Don Esvín todavía bajoneado –se nota– por la muerte de su ahijada.
           
Ricky un poco demasiado errático para mi gusto.
           
La Bianka me lanza miradas insistentes. Muerta la Moniquita, ahora es ella la única mujer restante en el grupo.
           
Juan Manuel está llevando la mesa, como quien no quiere la cosa. Lo cual es raro en él, puesto que generalmente hace este tipo de actividades con dedicación y optimismo.
           
El Ramiro no está presente, dado que se ha ido a una convención en Honduras.
           
–Puta madre –exclama Licho, que se ha derramado la taza de café encima.
           
No veo a Licho como un asesino porque: a) es demasiado mula para asesinar a alguien, y porque b) es demasiado mula para asesinar a alguien.
           
Pero en el fondo no hay por qué descartar a ninguno. 
           
De pronto, el Rafa me empieza a sacar la madre, de la nada. Seguramente no le gustó nada que la Bianka me estuviera lanzando miradas insistentes.
           
–Tu madre serote ­–le dijo el Gordo–. Dejá al nuevo en paz –añadió, refiriéndose a mí–.
           
Pero Rafa claro ya estaba de pie, y yo también, de hecho.
           
–¿Creés que soy maje, que no sé que está pasando entre vos y la Bianka? –grita.
           
Me retó a que fuéramos a la calle, y yo no me rajé, porque en algún lugar de mi cerebro hay siempre un chip serote que no me permite decirle que no a unos buenos vergazos. Luego de una interminable seguidilla de insultos, me pegó un primer pijazo funcional, que yo le devolví.
           
–Te estás cogiendo a mi novia pedazo de mierda, y te voy a romper el hocico –me dijo.
           
Casi parecía alcoholizado.
           
Intercambiamos un par de pijazos, nada muy grave, esos pijazos que son muy escandalosos pero que tampoco es que hagan tanto daño.


Luego llegaron el Otoniel, el Juan Manuel y el Gordo (a quien no le gusta que haya caos en su grupo) y se interpusieron entre nosotros. La Madrina estaba viéndonos, con inmensa tristeza, la tristeza de una mujer que no comprende cómo dos miembros en recuperación se comportan así de mulas. No me sentí muy de a huevo. Empecé a darme cuenta que la había cagado. Hasta los de la tienda con el logotipo de Claro salieron a ver qué onda.