2.

MI NOMBRE es Sebastián K. Soy un adicto, y hoy estoy limpio. No sé por qué soy adicto, pero de que soy adicto, soy adicto, ahora lo entiendo. Cuando nací todos los tipos de drogas habidas y por haber lloraron de la alegría, porque había venido al mundo su Amo Absoluto, que es decir su Esclavo Total.

Yo dejé de ser un pisado normal para convertirme en una máquina de absorber sustancias.

Y por qué pues es que soy tan adicto. No sé. No me hago esas preguntas.

Solo sé que el primer puro de mota fue cortesía de mi viejo, una figura se diría destructiva en mi biografía. Me lo dio como a los doce años. A partir de allí, la cosa no paró. Las drogas perras me provocaban sueños húmedos...

Pronto lo probé todo, obsesivamente: la heroína, el diazepam, el xanax, el rivotril, el éxtasis, el LSD, el candyflip, el GHB, el opio, la psilocibina, el cristal, la coca, el alcohol (normal y de farmacia), a veces la cusha, el hash, la piedra, la metadona, la morfina, el óxido nitroso y las sales de baño, la anfetamina, alguno que otro antipsicótico, alguno que otro antidepresivo, alguno que otro jarabe para la tos, muchos ansiolíticos, el oxi, la keta, el PCP, el peyote, la ritalina, la absenta en momentos exquisitos, la cafeína en dosis ya cretinas, la ayahuasca, los poppers, la floripundia, la mandrágora, el fenobarbital, el thinner, la gasolina, el líquido para encendedores, la efedrina, y diez millones de cigarros.

Ah, y el té de manzanilla.

No sé si olvido algo.

Del techo de mi cuarto han goteado pájaros paranoicos en cantidades formidables.

Mi apartamento se ha transformado en varias ocasiones en un tierno parque de horror.

Al principio consumía todas estas cosas con mis cuates del colegio, experimentando. Luego se volvió un asunto mayoritariamente privado. Mis maratones duraban setenta y dos horas. Encerrado en mi apartamento. Solito. Solito. Solito.



LO QUE ÁUN NO HE DICHO a mis compañeros de grupo es que todavía tengo una pipa de crack guardada en la casa. La tendré allí hasta que decida si de veras voy a dejar las drogas.



EN EL GRUPO, nuevamente. El Gordo, como siempre, alegando, crudo, inflexible, teñido de mala onda.
           
El Gordo se dirige a un compa:
           
–¿Y a vos quién putas te manda a revisarle el celular a tu mujer?
           
A otro:
           
–Agarrá la onda y limpia el inodoro, o a pura verga te voy a caer.
           
A un tercero:
           
–Y a vos ya te dije que te me fueras pero ya a la mierda.
           
El pobre cuate huyendo, el rostro translúcido y aterrorizado.
           
Le pregunto al Gordo que por qué lo había echado del grupo.
           
Y a vos qué pisados te importa, me responde, secamente. 
           
Busco algo que responderle, pero no encuentro nada.
           
El Gordo es una basura.
           
Es por todos esos años que pasó de cholo en Los Ángeles, digo yo.
           
He pensado en mandarlo a la verga, pero parece que he llegado a la conclusión que no conviene.



LUEGO ESCUCHÉ a don Esvin, que lleva décadas de estar limpio. No sé si ya lo dije, pero don Esvin es algo así como el patriarca del grupo. También es el padrino de Juan Manuel. Nos da bien duro a todos los nuevos. La otra vez me hirió el orgullo. El orgullo se fue a una esquina, a lamerse las heridas. Que eran de humillación.
           
–Buenas –dice cruzando el umbral del grupo un pequeño ser, un hombrecito muy delgado, nada gigantesco, muy chapín, que bajo y sube el interruptor de la luz, repetidamente, y por chingar.
           
Se llama Licho. Se sienta, pide la palabra, comparte:
           
–Puta, muchá –dice, con cara medio cínica, examinando nuestras reacciones–, si esta onda misa no es. No hay que tomarse tan en serio ese rollo de los pasos. No hay necesidad de parar el culo tanto. No es volviéndonos unos grandísimos serotes cuadrados que nos vamos a dejar de zampar mierdas. Nel. Hay que cagarse de la risa de vez en cuando, hombre. Yo no sé si voy a durar un vergazal de años como Don Esvin. A saber. Lo que de plano sí sé es que no me interesa quedarme en los grupos si es para convertirme en una momia serota. Chis.
           
Se ve que Licho es un pisado con humor, solo por eso me cae medio bien.
           
Vuelvo a casa. Me llama mi madre. La atiendo con un tono glacial y distante, como suelo hacerlo. Y yo qué putas sé porque la trato así.
           
Me dan ganas de ir a comprar piedra. Pero mi huevo. Aprieto. Mi plan de ahora en adelante es apretarla.



HOY LLEGÓ Mónica, una linda adolescente de quince años, que se ve que apenas ha probado las drogas, pero que está bien asustada. Al parecer, despierta en varios de nosotros el impulso de protegerla, salvo en unos cuantos, más depravados, que quieren cogérsela, seguramente por su semblante virginal. Es una característica de los adictos el pensar constantemente en chimar. Contentos siempre con la perspectiva de un polvo, solo hablan de culos y más culos.



MI SISTEMA fisiológico está completamente en crisis, por la falta de substancias. Puta, no salgo del inodoro.
           
Los compañeritos me dicen que técnicamente es normal eso de la diarrea. Los compañeritos son todos unas freaks, los cabrones, y no se sabe si ellos saben al final algo de la recuperación, o no. Pero bueno, ya montados qué pisados. Todos los caminos de la droga me han traído a este local de luz macilenta, sillas de plástico, una cafetera desvencijada (cafetera más pura mierda) y adictos rebosantes de falsa modestia y hablando mierdas parecidas a los delirios de un paciente mental en un pabellón psiquiátrico. 
           
Hoy en la noche me ha vuelto a llamar mi madre. No es fácil hablar con mi vieja. No es fácil nunca hablar con mi madre. Y como casi siempre, le terminé gritando. Qué feo es gritarle a tu propia vieja. Luego sentí un vergo de culpa y malestar.



ME DIO INSOMNIO. Me ha estado dando insomnio todas las noches, por lo que putas sea. Me quedo viendo capítulos de una serie vieja de extraterrestres.
           
Dentro de mí aletea un cansancio que es una tristeza que es un cansancio. Pero no puedo dormir.
           
¿Conseguiré que mi vida vire hacia alguna clase de sobriedad?



CONOCÍ a Otoniel, un entendido en las cuestiones del programa, que emite frases ungidas.
           
–¿Cuál es tu nombre, mi hermano? –pregunta.
           
–Sebastián –respondo.
           
–Bienvenido a la vida auténtica, Sebastián, bienvenido a la vida sin drogas –me dice en clave un poco demasiado eslogan para mi gusto.
           
Nos enfrascamos en una conversación. Otoniel G. me va explicando en tono racionalista ciertas cosas que no había cachado muy bien del programa. Luego inclusive me invita a visitar ciertos grupos y confraternidades de Doce Pasos. Le digo que sí, que me interesa mucho, aunque no me interesa tanto, a decir verdad.  Pero como a veces soy un agrietado sin personalidad, no consigo expresarle lo que de veras pienso.
           
Con Otoniel está ese otro personaje llamado Ramiro, que al parecer ha abierto un resto de grupos en el país, y que siempre se va a toda clase de convenciones de Doce Pasos en toda clase de lugares alrededor del mundo.
           
Me cuenta respecto a sus viajes y yo lo escucho con alguna atención. O por lo menos finjo que lo escucho con atención. 



VI OTRO CAPÍTULO de la serie de extraterrestres, un capítulo muy interesante. Los extraterrestres en cuestión se parecen poderosamente a los adictos del grupo “Hazlo simple”.



HOY NO FUI al grupo. No tuve ganas.
           
No hice mayor cosa, salvo dormir, hartar, dormir, y bajar a comprar cigarros. En la esquina estaban todos los empleaditos mierdas del Call Center; en su mayoría jóvenes que todavía creen en los atardeceres y en lo que la sociedad tiene que ofrecer, o cholos revirados de los Estados Unidos que se la pasan fumando mota, en la esquina, y que me dan un poco de desconfianza. Puta, si por algo los corrieron de los Estados Unidos, digo yo. Siempre que paso por allí me miran con expresión de te vamos a pisar, canchito mierda.



SOÑÉ que consumía, que me metía un gran pase.
           
Me cagué. 



HOY ME LLAMÓ el verga del Gordo, que me había pedido mi celular la otra vez. Me pegó una gran puteada porque no haberme aparecido en el grupo, ayer. Me amenazó  y dijo que si no llegaba hoy al grupo, me iba ir a buscar a mi casa y dar una pijazeada. 
           
Lo odié intensamente en ese momento, pero aún así le dije que llegaría al grupo, le di las gracias por llamar.
           
Por supuesto, me odié a mí mismo por ser tan sumiso y complaciente.
           
Eso de que el Gordo pudiera eventualmente averiguar donde vivo, y echarme verga, me preocupó, así que decidí tener un mínimo de buena voluntad, efectivamente ir al grupo. Tal y como yo lo entiendo, el Gordo te puede bajar toda la dentadura de un solo morongazo.
           
Crudeza. Masividad. Gordura.
           
El Gordo me miró fríamente cuando entré al local. Me ordenó lavar las tazas. Los demás del grupo se estaban alegando con fervor: al parecer era una especie de reunión administrativa, o, como me explicaron, una reunión de trabajo.
           
–¡Eso no se puede hacer! –decía el primero.
           
–¿Cómo que no? –respondía el otro.
           
–Lo que pasa es que no conocés nada de las Tradiciones –replicó aquél. 
           
A partir de allí se perdieron todos en una larguísima y complicada conversación. Con lo cual intervino Otoniel. Fue debidamente abucheado. La inútil controversia siguió y siguió, sin resultados evidentes. Todos tenían algo qué decir. Era un gran estruendo babélico de argumentos vagos, imprecisos, más bien chafas.
           
Por fin, terminé de lavar las tazas, y me senté en una de las sillas, pesadamente.
           
Al momento de pasar la sesta, nadie puso dinero, para gran indignación de Don Esvin, que nos puteó a todos.
           
–Cuando yo era Coordinador del grupo, estas cosas no pasaban –añadió, en mamón pavoneo, en insoportable autopromoción.
           
En ese momento, Licho se subió a la mesa, temerario, y empezó a imitar a Don Esvin, caricaturizando su voz declamatoria. Un agasajo ver a ese Licho, es como ver a Velorio el comediante. Rafa le ordenó que se bajara.
           
En medio de tantísimo ruido y desorden, de tanta confrontación, nadie se daba cuenta que Mónica, la pequeña Mónica, Moniquita, estaba sumamente ansiosa, y de hecho estaba como llorando. Ni siquiera Juan Manuel, que suele ponerle atención a esta clase de cosas, lo había notado.
           
Estaba a punto de pararme y preguntarle a Mónica que qué tenía, cuando Rafa decidió zamparle a Licho un abierto, seco pijazo. Licho no supo qué hacer, estaba como desconcertado, del morongazo.
           
Decidí intervenir:
           
–Agarren la onda, muchá.
           
–A ese nuevo serote no le hagan caso –serpeó la voz de alguien.
           
–Hacéte sho vos hijuelagranputa –se oyó la voz de alguien más.
           
Humillado, callé.
           
Pero más callada estaba la Moniquita.
           
–¡Ninguno de ustedes conoce la Literatura! –decía, una y otra vez, Otoniel, quizá procurando controlar la situación, la caligrafía del momento, rígido, legalista. 
           
Pero estaba hablando más para sí mismo que para los demás, en el fondo, porque nadie le estaba poniendo atención. Un hijueputal en gran bulla y desacuerdo.
           
Al final el Gordo dijo, exigente, y frotándose las manos:
           
–Vamos a cerrar la reunión, y quien no esté de acuerdo, se las ve conmigo.
           
Nadie –ni Rafa– dijo nada.
           
Todos cagados. 
           
Cerramos la reunión, silenciosamente.          
           
Mis respetos para el Gordo.