4.

PASÉ UN RATO a la iglesia del barrio. Me recibió un mendigo, pero yo no tenía ni un len conmigo para darle.
           


HABÍA DENTRO del templo una frescura agradable, casi espesa. En circunstancias normales, yo no voy a ninguna iglesia, pero hoy decidí hacerlo, y me puse a contemplar los santos con sus santas aureolas. Las bancas solemnes estaban vacías. En esa quietud, mis células cerebrales se sintieron bien. Tan bien que decidí quedarme allí un buen rato, un buen rato.
           
Como que la atmósfera de la iglesia me dejo una buena vibra, y a la noche llegué tranquilo al grupo, pero resulta que allí estaba Rafa, y me bajó el pedo, con su personalidad litigante y su machencia y comentarios fétidos. 
           
Yo preguntándome cómo la Bianka accede a estar con semejante mamón.
           
Todos nos pusimos a compartir. En cuenta la Moniquita, que habló de cómo su papá no la entendía; que habló de lo difícil que era para ella estar en un grupo cuya mayoría eran hombres; que estaba muy nerviosa; que estaba yendo con el psiquiatra; que estaba teniendo problemas en el colegio. El infierno consiste en que la Moniquita está triste en la noche de los grupos. Ay, la Moniquita.
           
Por eso, cuando la Moniquita se puso a llorar, todos sentimos que se nos derretía el corazón.
           
Ay, la Moniquita.
           
Don Esvin se la llevó para afuera, y le habló con gran dulzura.
           
Juan Manuel A. les llevó café a los dos.
           
Por cierto que después de la reunión, Juan Manuel me invitó a comer, pero antes pasamos a su casa –que es la casa de su papá, en realidad–.
           
Y allí estaba el viejo cerote, el papá: un señor que es también alcohólico, pero lamentablemente no anónimo, y se notaba que había estado chupando, el viejo mierda, y le estuvo diciendo un resto de cosas bien choleras a Juan Manuel.
           
–Ya venís de esa tu mierda de grupo.
           
–Usted cállese viejo cerote –le contestó Juan Manuel.
           
Y fuimos a cenar, pero Juan Manuel ya estaba todo trabado, por lo de su viejo.
           
­–Mi rey ­–le decía yo–. Tenés que salirte de la casa de tu ruco. Es lo que toca.



AL SIGUIENTE DÍA, volvió a llegar la Moniquita al grupo. Todos le preguntamos cómo estaba. Dijo que más o menos. Se da en todos nosotros,  o en la mayoría, una especie de amor filial hacia la Moniquita –Mónica E.–. Especialmente Don Esvin la tiene en su estima. Si uno fuera malpensado, pensaría que le gustan las menores de edad, al viejo shuco.    
           
Pero uno no es mal pensado.
           
Lo que me explicó más bien Juan Manuel es que Don Esvin es padrino de la Moniquita, de la misma manera que es padrino de él.
           
Eso me lo explicó después de la reunión, en el café que está cerca del grupo, y adonde van todos los compas antes o después de la reunión. Bebí un chocolate caliente, que no es precisamente vodka, pero que no estaba tampoco mal.
           
A la noche me llamó la Bianka por teléfono y estuvimos hablando puras obscenidades. Y yo para hablar obscenidades, soy el master. Me extraña.
           
Y ella también. Qué nivel de cochinadas. Que me va a hacer esto y aquello en la moronga, me decía.
           
Esta mujer me tiene enculado. La cagada es el simio de su novio. Pero bueno, ni modo, no es culpa de uno que le gusten también los majes.



ANTES DE LA REUNIÓN, estuve casaqueando con el Aníbal.
           
–Mantenéte alejado del Aníbal, hombre –me dijera el otro día Juan Manuel.
           
Podría hacerle caso.
           
Pero es que a mí ya me cae bien el Aníbal.
           
Pronto llegó el Licho con su carro nuevo, procedió a mostrarlo a la comunidad.
           
–Qué buena mierda –decían los compas.
           
–Qué nave más de a huevo –decían los compas.
           
–Y cómo puya –decían los compas.
           
Ramiro estaba arreglando con el auxilio de Ricky el inodoro del grupo, que despedía olores a flatulencia.
           
–Así que se vaya –le decía el Ricky.
           
–Nombre, esperá –le contestaba el otro.
           
Ramiro es un perfeccionista. No admite chapuces. Y en efecto, lo dejó perfecto, el inodoro.
           
Empezamos la reunión como siempre con la oración de la serenidad.
           
A media reunión, entró una mujer, todos externaron felicidad de verla.
           
Allí vas a ver cómo comparte, me advirtió José Manuel, dándome una palmadita en el hombre
           
No sé cómo se llama. Le dicen la “Madrina”. Ya está medio entrada en años. Se nota que es una de esas personas que llevan un vergo de tiempo en recuperación. Estaba como cubierta por un musgo de luz, la vieja. Cuando le tocó hablar (habló del Poder Superior) el cuarto se fue llenando, de no sé qué, una vibración bien rica. Bueno estuvo escucharla. Me dio por pensar que tal vez esto –esto de los grupos– no era una maldita pérdida de tiempo, después de todo.
           
–¿Verdad que es especial? –me preguntó, terminada la reunión, Juan Manuel.
           
No tuve que cranear mucho mi respuesta: 
           
–Un ángel: eso es lo que es.



HOY POR LA MAÑANA todavía resonaban en mí las palabras de la Madrina.
           
Y especialmente una frase que dijo: “No metan sus corazones en el freezer”.  
           
Al filo del mediodía llamo a Bianka y la invito a venir a mi casa en la noche. Ya hemos dicho que Bianka tiene una voz resensual con la cuál me dice: allí estaré papito rico.
           
Quedamos en que nos juntaríamos en mi apartamento después del grupo.
           


 TODO IGUAL en el grupo. El Gordo, puteando. Su papel es putear a todo mundo. No sé si he dicho antes que el Gordo estuvo vinculado a una clica en Los Ángeles. De allí posiblemente esa mirada glacial que tiene, y que deposita sobre los pobres reptantes del grupo que se atreven a contrariar su voluntad. Cuando el Gordo está cerca, todos se van poniendo intranquilos.
           


–¿VERDAD que esos tatuajes Gordo te los hiciste allá en los Estados Unidos?
           
–Mirá vos papaíto, allá viene un carro en la calle, ¿por qué pisados no me hacés el favor de ponerte enfrente a ver si así te morís de una vez por todas y dejás de hacer preguntas rependejas?
           
El Gordo (cuyo nombre verdadero es Rafael C.) es una viva mierda. Un auténtico pedazo de caca. Es tan mala onda que hasta casi da risa.
           
Lo peor que te puede pasar en la vida es encontrarte con un Gordo. 
           
Más equilibrado es Otoniel, el intelectual del grupo, como quien dice. En torno a él, se aglomeran aquellos que de veras quieren saber algo del programa, o sea nadie. Yo a veces le he preguntado que qué es eso del Cuarto Paso y que cómo se hace, y el tiene la decencia de darme una explicación detallada y kilométrica, que en este caso yo hubiera preferido corta y sintética. Pero bueno, Otoniel es simplemente es una de esas personas que se toman su tiempo para exponerte las mierdas. Otoniel el Sabio, podríamos llamarle. A sus cuarenta, ya las canas han colonizado su cabeza repleta de las palabras dulces y duras de Bill W. y otros iluminados de las confraternidades de Doce Pasos.
           
Menos intelectual, pero igual de comprometido con el programa, es Don Esvin. Nel, no sabría decir quién de los dos tiene mejor recuperación, si Otoniel o Don Esvin. Y de todos modos, para qué vergas ponerse a comparar. Porque igual acá venimos a ver principios y no personalidades.
           
Don Esvin en su momento terminó de bolito de esos que duermen en el mercado sobre cartones fétidos. Hoy, don Esvin es un miembro respetado y temido en la comunidad. De escuela dura, más o menos igual que el Gordo:
           
–Y están esos mantenidos de mami que vienen acá a no hacer ni mierda, pero luego recaen y rapidito vienen a llorar al grupo porque les dio la pálida.
           
Dice Don Esvin, sin ni muy siquiera vernos.
           
Don Esvin procura no lastimarnos; pero nos lastima. Especialmente a los que somos mantenidos de mami. Ouch.
           
Pero la verdad es que nada puede tocarme el día de hoy, pues el día de hoy tengo la mente puesta en la pusita nada aburrida de Bianka, con quien me juntaré en un rato a fornicar y a decirnos cosas sucias, infernalmente deliciosas. Me ubico en un estado de mente anticipatorio y flotante. Será una noche triunfal y espectacular.



PUES ESO: fue una noche triunfal y espectacular. Bianka se ubicó en posiciones extrañas, malditas y fosforescentes. Un ente de lujuria, un súcubo lujuriante se posesionó de mi verga.



BUSCANDO ahora unas varas en el apartamento para comprar cigarros.

Finalmente, encuentro un billete de veinte.

Bajo a la tienda, y me encuentro ni modo a los cholos delante del Call Center, y casi se arma vergueo. El Macho –rapado, camisa larga, spanglish cortante– se puso a amenazarme, el serote. Yo me mantuve firme, pero sin pasar propiamente a los catos. Me contuve de decirle un par de cosas, entre ellas lo que su madre hacía con mi chile noche a noche. El sol (encima) quemando fuerte. Logré pasar indemne. La verdad es que esto de los cholos ya se está poniendo aburrido.

Cuando pasé de regreso, el Macho aún estaba allí, pero ni volteó a verme; estaba fumando mota con otros del Call Center (eso hacen cuando tienen descanso; seguramente solo así, bien pedos, aguantan ese empleo mierda que tienen).
           
En la tarde pasó la Bianka a la casa, con sus innumerables modos procaces. Y cogimos hasta… hasta que ya no pudimos coger. La muy cerda me hizo de todo. Muy rico, aunque en términos generales me empieza a preocupar que nos echemos color con el Rafa.
           
Al día siguiente, la misma historia, pero esta vez en la mañana. Cogida tras cogida. Como desesperados.
           
Todas mis preocupaciones y pálidas se desvanecen cuando pisamos.
           
Es solo después de pisar que me empiezo a poner nervioso.
           
Tan bien me la estaba pasando con la Bianka que casi me olvido de la cita con mi madre.
           
La cita era para almorzar. Mi madre es dulce e insoportable, blanca y burguesa, y yo muy frío con ella. Me dijo lo de siempre, que tenía que arreglar mi vida y tal, y yo sin humor para sus mamadas. Así que me fui lo más pronto que pude, aunque no sin antes hartarme lo que pude y pedirle pisto prestado, porque ya mis fondos –que son, ejem, los de ella– estaban escaseando.
           
Por la noche fui al grupo y era reunión de trabajo. En cada reunión de trabajo noto que se dan las mismas pautas de desorden y caos. Sin ánimo de criticar, pero qué vergueo.
           
Una ráfaga de palabras inundó la sala.
           
Lo de a huevo es que Juan Manuel, desde su altruismo avanzado, que Dios lo bendiga, me regaló un libro de recuperación, y me pareció un detalle a toda madre. Es el libro de Meditaciones del programa.
           
Por un momento, se me quedó viendo el Rafa con aire tenebroso, y me cagué, pensando que ya se había dado cuenta. Y yo bien friqueado. Aunque no me dijo al final nada, así que supongo que era pura paranoia mía. Rafa no es de los andan jugando. 
           
Eso no impidió que me cogiera a la Bianka esa misma noche. Le transité el culo con fuerza y no compasión. Hay cien mil maneras de dejarse pisar, y Bianka posee todas las adecuadas.
           
Chavas como Bianka tienen intuiciones sexuales muy selectas. Se cagaba de la risa, mientras la penetraba.
           
No solo me la cogí esa misma noche, me la cogí durante todo el día siguiente. Yo no sé qué casaca le dijo al Rafa, pero consiguió quedarse conmigo horas y horas. Tanto así que ya ni fui al grupo, por andar cogiendo. Suscitamos oleadas y oleadas de placer. Se fue ya bien tarde.
           
Cuando se fue, me entró el bajón, por no haber ido al grupo.



AMANECÍ todo depresivo, sin ganas de ni mierda. Allí estaba el puto libro de Meditaciones que Juan Manuel me regalara, pero yo no tenía ganas de abrirlo. Comencé a cuestionarme si realmente quería seguir yendo al grupo, si valía la pena todo esto, aguantarle la casaca a todos esos cerotes, al mierda del Gordo, y a todos los demás. Tal vez mi destino era acabar muerto con ampollas en los labios de tanto fumar piedra. Consideré ir a sacar la pipa de crack, por cierto, que tenía escondida por allí.



MÁS TARDE regresó la Bianka, y seguimos pisando, gran chonguengue con la paloma. Sus chiches daban brinquitos gráciles, mientras me montaba. Bien rico, pero a la vez asqueroso. Es como si una membrana serota se hubiera formado alrededor de nosotros, una película pegajosa y maloliente. A medio polvo, me di cuenta que quizá debería parar esta mierda, esta chimazón sin sentido.
           
Me dije:
           
Esto no es la felicidad.
           
Esto se parece a la felicidad, pero es todo lo contrario.
           
Esto es la pseudofelicidad.
           
Y aún así seguí pisando. Y seguí pisando. Y seguí pisando. Algunos miran partidos del Real Madrid, una y otra y otra vez. Yo piso. Yo sigo pisando.
           
Volví a faltar al grupo.



TODO en el apartamento huele a culo. El espíritu del chime se ha posesionado de los cuartos. La Bianka se pone cada vez más cocha, más insaciable. En un cuerpo como el suyo no faltarán uno o dos demonios de calado atizando su lujuria. Ni una corte de ángeles podría detener la hediondez erótica de esta mujer.
           
Sea como fuere, en la noche Bianka se quedó a dormir. Quería que nos abrazáramos, pero yo me hice el maje, porque ya me estaba dando asco, la chatía. No se dará el caso de que ella y yo establezcamos una relación que no sea el puro intercambio de fluidos sexuales. 
           
Lo que pasa es que Bianka es como una especie de hipnotizadora. O más bien la hipnotizadora es su pusa. No eran ni las seis de la mañana, y ya este servilleta estaba introduciendo el pipe en esa carnosidad.
           
Como estar metido en una larga pesadilla. Ya ni hablábamos, creo. La vagina de Bianka era como una ostra viva, ya morada.
           
Cuando finalmente se fue Bianka, respiré. Bianka es más demonio que mujer. Y yo, más animal que hombre.
           
Fui a revisar los mensajes de mi celular y vi que tenía una llamada de mi madre, varias de Juan Manuel, y hasta una llamada del Gordo. En su mensaje, el Gordo me sacaba la madre, amenazaba con pegarme una gran talegaseada si no iba al grupo. Decidí que lo mejor era ir a la reunión.
           
A ver.