5.


HE LLAMADO por teléfono a Bianka para decirle que ya no podía seguir acostándome con ella. Luego me he ido a la terraza a ver las burras pasar.

En cuanto a Bianka, no recibió muy bien el mensaje. Se ha puesto un poco sombría, si me lo preguntan. Un poco loca, si me lo preguntan. Un poco agresiva, si me lo preguntan otra vez.
           
Dijo cosas conjuntamente amargas.
           
Extrañaré su ostra –pusa bárbara, rugiente, demoniaca.
           
Pero tampoco es que pueda yo convertirme en un esclavo de sus olores vaginales. Sé de sobra que si sigo por este camino volveré más pronto que tarde a las drogas. Todos sabemos que hay una conexión o vaso comunicante entre la chimazón compulsiva y la cocaína mal cortada.
           
Desde la terraza observo las camionetas, y muchas de ellas muy seguramente serán asaltadas en los próximos días. Las mismas personas que se están subiendo ahorita a una burra mañana estarán muertas, acribilladas. Esto es peor que la guerra.
           
Por primera vez me siento bien en algún tiempo, a pesar de que hoy me metí un putazo contra un mueble, y casi me desintegro el meñique en el acto.
           
Me siento tan feliz que casi me podría ir a chupar. Un par de chelas –así sudaditas– no me caerían para nada mal. Ponerse bien pedo con algún compadre, pues por qué pisados no.
           
Y así nomás ya estoy pensando en una mi dosis.



BIANKA no está destinada a ser la mujer que me acompañará hasta la muerte. Ni siquiera está destinada a ser la mujer que me chupará la talega hoy por la noche. He puesto fin a lo que prometía ser una sarta de problemas con el cuate ese, cómo se llama, Rafa, que últimamente me ha estado viendo con aspecto bravo. Peligrosamente bravo.
           
La Bianka, que de ahora en adelante llamaré la Loca Serota, para más claridad, hasta me amenazó, la muy abusiva, en la mejor tradición de las Locas Serotas.
           
–¿Vos me vas a dejar a mí? Hacéme la caridad. ¡Pensálo bien hijo de sesenta mil putas! Porque yo no soy de la clase de mujeres a las cuales uno manda a la mierda, ¿me entendés grandísima caca…?
           
Qué temperamento. Qué carácter.
           
Esas cosas decía, la mendiga mujer.
           
Presencié su furia con cierto temor reverente. 
           
Bianka necesitaba decir cosas fuertes para confirmar su condición de Loca Serota.
           
Estoy seguro que hay que un hijueputal que estaría más que contento de tocarle las chiches a una mujer como Bianka, pero yo no entro en ese chumul.
           
Al próximo día, la Loca Serota me ha llamado, y yo por mula que le contesto. Y la misma mierda. La conversación duró más de mil años. A pura verga quería que nos juntáramos. Pude haber ido a Pollo Campero y regresado en lo que ella me decía (una y otra y otra vez) que me necesitaba, con aire tristón, que me iba a tratar bien, y tantas babosadas. Yo ni intervenía. Dadas las circunstancias, lo mejor era hacerse sho. A veces pasaba del tonito sumiso a una rabia incontrolada, y me acusaba de ser un hueco serote. Sus palabras venían envueltas en veneno puro. Yo seguía pensando en esa chela sudadita, sudadita, esperándome en alguna tienda del barrio.      
           
Bianka: especie de alien chichudo que se le arrima a uno a la punta de la verga y después no suelta ni a putas. Debería de llevar una tarjeta consigo que dijera:


BIANKA C.
Ninfómana, Sexólica, Codependiente,
Loca Serota.
Servicio a todas horas.


Me inventé eso de que me tenía que ir a comer con mi vieja otra vez y agarré para el grupo, en donde el Gordo no me puteó, como yo más bien esperaba; solo dijo:

–Qué pasó, papa, ¿consumiste? –con la voz de alguien extrañamente atento.
           
Hasta sonrió un poquito.
           
Le dije que no, aunque también le dije que ganas no me faltaron.
           
–¿A lo macho no consumiste?
           
–A lo macho no consumí –respondí.
           
–Entonces vas a llevar la mesa.
           
Lo cual, en cierto modo, era un honor, un gesto de confianza.
           
Lo hice bastante bien. Le di la palabra a varios; entre ellos a Ricky, que contó de sus incansables problemas de faldas. Sí muchá, fíjense que mi novia me cachó con la amante. Sin pajas que yo ya iba a terminar la onda, y cabal miren ustedes que se da cuenta, puta. Mala onda, mala onda, hombre. Casi me da pija, en serio. Una semana, dos semanas, era todo lo que necesitaba para terminar con la otra… Ahorita estaríamos contentos, si no me hubiera metido con la otra… Ahorita andaríamos en puros arrumacos, si no me hubiera metido con la otra… Ahorita sin pedos, si no hubiera estado la otra… Bien trompuda está… Todo por no obedecer, todo por no hacer caso de sus sugerencias, compañeros… Todo por no seguir los consejos de los compas…
           
Eso iba diciendo Ricky.
           
Y yo pensando: qué bueno que ya terminé la relación con la Loca Serota… Ahora solo hace falta quedarse quieto... Machete, estáte en tu vaina…



LA LOCA SEROTA me volvió a llamar, pero esta vez no fui tan maje de responderle. Los poderes de la autonomía habían vuelto a mí.



ME DEDIQUÉ MEJOR a leer el libro de Meditaciones que me regaló Juan Manuel. En la primera página del volumen, había escrito: “Solo por hoy haré las cosas bien”. Una lágrima se me salió, instantánea. Lo que hice fue dirigirme a donde tenía escondida la pipa de crack, y romperla con un martillo, luego tirarla a la basura.
           
Eso del “Solo por hoy” es algo que siempre se dice en los grupos de Doce Pasos. Y Juan Manuel en especial siempre vive diciéndolo. “Sólo por hoy tendré más tolerancia con mi padre”. “Sólo por hoy no me pondré como la gran puta con el Gordo”. Cosas así. Juan Manuel es un beato, a veces, pero hoy, solo por hoy, ciertamente se lo agradezco.
           
En la noche me dirigí al grupo con ímpetu, contento de no haberme ido a poner bien a verga.
           
Era noche de reunión de trabajo.
           
Como siempre, un despepute.
           
Cuando estábamos cerrando el grupo, el Gordo me dijo, ásperamente, como acostumbra:
           
–Menos mal que no consumiste, porque de lo contrario verga te hubiera caído.
           
–¿Sabés qué vos Gordo? Peláme la verga.
           
Y el Gordo sonrió, por fin satisfecho.



MAL. La Loca Serota me llegó a buscar al apartamento, y cuando sentí ya se había materializado delante de mi puerta. No sabiendo que era ella la que estaba tocando, le abrí, y en un ratito ya estaba otra vez cogiéndomela, y ella chupándome los huevos y en ese estilo.  
           
Me la pisé, sí, pero con un sabor amargo en la boca, y ella tuvo que haberlo notado. Y después, no quería irse, la muy arrimada, así que le terminé gritando.
           
Una Bianka es una criatura que se agarra y no suelta.
           
Y a la larga, es un desperdicio masivo de semen.
           
Mi huevo que me voy a dejar manipular por esa serota. Le terminé gritando.
           
Se fue, humillada.
           
Espero alguna clase de consecuencia a raíz de esto.
           
Nadie le ha dicho a la Loca Serota las cosas que yo le dije. 
           
Esa noche llegó al grupo, la cabrona, justo llegó cuando yo estaba hablando con la Moniquita. Se puso momentáneamente sulfurada. Pensó que yo me la estaba cantineando, a la niña, o qué sé yo. Lo cuál es una estupidez, porque la Moniquita es como mi hermanita, así la percibo yo. A lo largo de la reunión, la Loca Serota estuvo bien jetuda, porque hay que saber que la Loca Serota pasa con extrema facilidad de ser una mamaíta ultra–rica a una vieja re–amarga. Fue cuando decidí que le iba a decir al portero del edificio que no la dejara entrar.
           
Eso hice, por la mañana. Y cabal llegó la Bianka, y cabal que le prohibieron entrar. Dice el portero que armó un gran escándalo. Pongo por caso que gritos y toda la onda. Detrás de esa mujer, hay un tigre esquizofrénico alterado genéticamente. Espero sinceramente que esto no pase a más.
           
Al medio día, salí a comer con mi madre, y como siempre fue un encuentro difícil. Puede que esto –esta energía extraña, esta distancia entre nosotros– nunca se resuelva.



ME FUI AL SÚPER, a comprar víveres.
           
Es sabido que a los drogadictos los agarran en los súperes y los meten a un cuartito con una bombilla amarillenta y enviciada, y los torturan durante largas horas, hasta que mueren.
           
Pero no me secuestraron: he sobrevivido la prueba. 



HAN PASADO algunos días, y no hay noticias de Bianka. Bróder, me dije, parece que ya te has sacudido un gran clavo de encima. Tal vez a esa mujer ya le entró un puchito de sano juicio: tal vez ya entró en razón, la desquiciada.
           
Para celebrarlo, y como no podía tomar champán, fui a comprar una cajetilla de cigarros.
           
Otra vez la misma historia. El Macho y el Grifo estaban allí, casi que esperándome. Empezaron a decirme no sé qué y no sé cuánto, en inglés. Y yo pensé: éstos serotes ya se están pasando. Así que le dije al Macho, con autoridad y sin rajarme: “Te advierto, hombre, parála ya, o te a va llover verga”.
           
Sería bonito poder decir que se los dos cholos se quedaron callados y quietecitos, pero la verdad es que, cuando dije eso, el Macho se me dejó venir encima, con la intención de zamparme unos buenos vergazos, cuyas consecuencias hubieran sido sangrientas, si hubieran llegado a su destinatario.
           
Buena onda que el Poli –que había estado viendo toda la escena–intervino, salvándome el cuello.
           
El Poli es uno de esos chavitos indígenas que contratan las compañías de seguridad privada. Es un cuate sonriente, bajito, y de harto carácter. Se toma con seriedad su brete, y siempre me regala cigarros cuando no tengo. 
           
Cuando la cosa se calmó con los cholos, pude seguir a la tienda.
           
No sé cuál es el pedo con estos serotes. Será que se han vuelto así de montoneros por no tener patria –por ser expatriados. Los Estados Unidos no los desean. Y en Guatemala como que no se sienten en su casa. Pues eso: son fantasmas. Viven en una especie de limbo. Residen en el limbo espectro–migracional que existe entre las patrias.
           
En la noche, le conté mi problema al Gordo –cholo él también– y me dijo: ah sí, yo conozco a esos majes del Call Center; mirá mijo, con ellos no te querés meter; escuché que se dedican a bombear gente por dinero.
           
Juan Manuel, que estaba con nosotros, le preguntó que cómo sabía.
           
–Esas ondas no se preguntan mi hermano –respondió el Gordo.
           
Yo escudriñé sus palabras, y decidí que eran sabias palabras.
           
En la tienda de la esquina, un bolo estaba guaqueando, hasta el queque.
           
Luego Juan Manuel me invitó a su casa a comer. Buena mierda.
           
Su ruco, comoquiera que se llame, estaba allí, ya bien bolo, y diciéndole cosas bien gachas a su hijo, demostrando en carne propia que los alcohólicos son una viva mierda.
           
–¿Y siempre fue así? –le pregunto a Juan Manuel.
           
–Siempre –contesta Juan Manuel–. Ponéle que venía yo del colegio, y él estaba con algún su culito, que siempre resultaba ser una puta. Y entonces me encerraba en un cuarto durante dos, tres horas, el mierda. Mirá, yo nunca he tenido un padre, Sebastián. Y eso me duele como la gran puta. En fin, sólo por hoy tendré un poco de amor por mí mismo.
           
Sus ojos brillaban un poco más de lo acostumbrado. Pobre Juan Manuel, pensé yo.
           

Después, Juan Manuel me pasó a dejar a la casa, y me puse a leer el libro de Meditaciones, pero la verdad solo pude leer un par de páginas, porque me quedé profundamente dormido.