HE LLAMADO por teléfono a Bianka para decirle que
ya no podía seguir acostándome con ella. Luego me he ido a la terraza a ver las
burras pasar.
En cuanto a Bianka, no recibió muy bien el mensaje. Se ha puesto un poco sombría, si me lo preguntan. Un poco loca, si me lo preguntan. Un poco agresiva, si me lo preguntan otra vez.
Dijo cosas conjuntamente amargas.
Extrañaré su ostra –pusa bárbara, rugiente,
demoniaca.
Pero tampoco es que pueda yo convertirme en un
esclavo de sus olores vaginales. Sé de sobra que si sigo por este camino
volveré más pronto que tarde a las drogas. Todos sabemos que hay una conexión o
vaso comunicante entre la chimazón compulsiva y la cocaína mal cortada.
Desde la terraza observo las camionetas, y muchas
de ellas muy seguramente serán asaltadas en los próximos días. Las mismas
personas que se están subiendo ahorita a una burra mañana estarán muertas,
acribilladas. Esto es peor que la
guerra.
Por primera vez me siento bien en algún tiempo, a
pesar de que hoy me metí un putazo contra un mueble, y casi me desintegro el
meñique en el acto.
Me siento tan feliz que casi me podría ir a chupar.
Un par de chelas –así sudaditas– no me caerían para nada mal. Ponerse bien pedo
con algún compadre, pues por qué pisados no.
Y así nomás ya estoy pensando en una mi dosis.
BIANKA no está destinada a ser la mujer que me
acompañará hasta la muerte. Ni siquiera está destinada a ser la mujer que me
chupará la talega hoy por la noche. He puesto fin a lo que prometía ser una
sarta de problemas con el cuate ese, cómo se llama, Rafa, que últimamente me ha
estado viendo con aspecto bravo. Peligrosamente bravo.
La Bianka, que de ahora en adelante llamaré la Loca
Serota, para más claridad, hasta me amenazó, la muy abusiva, en la mejor
tradición de las Locas Serotas.
–¿Vos me vas a dejar a mí? Hacéme la caridad.
¡Pensálo bien hijo de sesenta mil putas! Porque yo no soy de la clase de
mujeres a las cuales uno manda a la mierda, ¿me entendés grandísima caca…?
Qué temperamento. Qué carácter.
Esas cosas decía, la mendiga mujer.
Presencié su furia con cierto temor reverente.
Bianka necesitaba decir cosas fuertes para
confirmar su condición de Loca Serota.
Estoy seguro que hay que un hijueputal que estaría
más que contento de tocarle las chiches a una mujer como Bianka, pero yo no
entro en ese chumul.
Al próximo día, la Loca Serota me ha llamado, y yo
por mula que le contesto. Y la misma mierda. La conversación duró más de mil
años. A pura verga quería que nos juntáramos. Pude haber ido a Pollo Campero y
regresado en lo que ella me decía (una y otra y otra vez) que me necesitaba,
con aire tristón, que me iba a tratar bien, y tantas babosadas. Yo ni
intervenía. Dadas las circunstancias, lo mejor era hacerse sho. A veces pasaba
del tonito sumiso a una rabia incontrolada, y me acusaba de ser un hueco
serote. Sus palabras venían envueltas en veneno puro. Yo seguía pensando en esa
chela sudadita, sudadita, esperándome en alguna tienda del barrio.
Bianka: especie de alien chichudo que se le arrima
a uno a la punta de la verga y después no suelta ni a putas. Debería de llevar
una tarjeta consigo que dijera:
BIANKA
C.
Ninfómana,
Sexólica, Codependiente,
Loca
Serota.
Servicio
a todas horas.
Me inventé eso de que me tenía que ir a comer con
mi vieja otra vez y agarré para el grupo, en donde el Gordo no me puteó, como
yo más bien esperaba; solo dijo:
–Qué pasó, papa, ¿consumiste? –con la voz de
alguien extrañamente atento.
Hasta sonrió un poquito.
Le dije que no, aunque también le dije que ganas no
me faltaron.
–¿A lo macho no consumiste?
–A lo macho no consumí –respondí.
–Entonces vas a llevar la mesa.
Lo cual, en cierto modo, era un honor, un gesto de
confianza.
Lo hice bastante bien. Le di la palabra a varios;
entre ellos a Ricky, que contó de sus incansables problemas de faldas. Sí
muchá, fíjense que mi novia me cachó con la amante. Sin pajas que yo ya iba a
terminar la onda, y cabal miren ustedes que se da cuenta, puta. Mala onda, mala
onda, hombre. Casi me da pija, en serio. Una semana, dos semanas, era todo lo
que necesitaba para terminar con la otra… Ahorita estaríamos contentos, si no
me hubiera metido con la otra… Ahorita andaríamos en puros arrumacos, si no me
hubiera metido con la otra… Ahorita sin pedos, si no hubiera estado la otra…
Bien trompuda está… Todo por no obedecer, todo por no hacer caso de sus
sugerencias, compañeros… Todo por no seguir los consejos de los compas…
Eso iba diciendo Ricky.
Y yo pensando: qué bueno que ya terminé la relación
con la Loca Serota… Ahora solo hace falta quedarse quieto... Machete, estáte en
tu vaina…
LA LOCA SEROTA me volvió a llamar, pero esta vez no
fui tan maje de responderle. Los poderes de la autonomía habían vuelto a mí.
ME DEDIQUÉ MEJOR a leer el libro de Meditaciones
que me regaló Juan Manuel. En la primera página del volumen, había escrito:
“Solo por hoy haré las cosas bien”. Una lágrima se me salió, instantánea. Lo
que hice fue dirigirme a donde tenía escondida la pipa de crack, y romperla con
un martillo, luego tirarla a la basura.
Eso del “Solo por hoy” es algo que siempre se dice
en los grupos de Doce Pasos. Y Juan Manuel en especial siempre vive diciéndolo.
“Sólo por hoy tendré más tolerancia con mi padre”. “Sólo por hoy no me pondré
como la gran puta con el Gordo”. Cosas así. Juan Manuel es un beato, a veces,
pero hoy, solo por hoy, ciertamente se lo agradezco.
En la noche me dirigí al grupo con ímpetu, contento
de no haberme ido a poner bien a verga.
Era noche de reunión de trabajo.
Como siempre, un despepute.
Cuando estábamos cerrando el grupo, el Gordo me
dijo, ásperamente, como acostumbra:
–Menos mal que no consumiste, porque de lo
contrario verga te hubiera caído.
–¿Sabés qué vos Gordo? Peláme la verga.
Y el Gordo sonrió, por fin satisfecho.
MAL. La Loca Serota me llegó a buscar al
apartamento, y cuando sentí ya se había materializado delante de mi puerta. No
sabiendo que era ella la que estaba tocando, le abrí, y en un ratito ya estaba
otra vez cogiéndomela, y ella chupándome los huevos y en ese estilo.
Me la pisé, sí, pero con un sabor amargo en la
boca, y ella tuvo que haberlo notado. Y después, no quería irse, la muy
arrimada, así que le terminé gritando.
Una Bianka es una criatura que se agarra y no
suelta.
Y a la larga, es un desperdicio masivo de semen.
Mi huevo que me voy a dejar manipular por esa
serota. Le terminé gritando.
Se fue, humillada.
Espero alguna clase de consecuencia a raíz de esto.
Nadie le ha dicho a la Loca Serota las cosas que yo
le dije.
Esa noche llegó al grupo, la cabrona, justo llegó
cuando yo estaba hablando con la Moniquita. Se puso momentáneamente sulfurada.
Pensó que yo me la estaba cantineando, a la niña, o qué sé yo. Lo cuál es una
estupidez, porque la Moniquita es como mi hermanita, así la percibo yo. A lo
largo de la reunión, la Loca Serota estuvo bien jetuda, porque hay que saber
que la Loca Serota pasa con extrema facilidad de ser una mamaíta ultra–rica a
una vieja re–amarga. Fue cuando decidí que le iba a decir al portero del
edificio que no la dejara entrar.
Eso hice, por la mañana. Y cabal llegó la Bianka, y
cabal que le prohibieron entrar. Dice el portero que armó un gran escándalo.
Pongo por caso que gritos y toda la onda. Detrás de esa mujer, hay un tigre
esquizofrénico alterado genéticamente. Espero sinceramente que esto no pase a
más.
Al medio día, salí a comer con mi madre, y como
siempre fue un encuentro difícil. Puede que esto –esta energía extraña, esta
distancia entre nosotros– nunca se resuelva.
ME FUI AL SÚPER, a comprar víveres.
Es sabido que a los drogadictos los agarran en los
súperes y los meten a un cuartito con una bombilla amarillenta y enviciada, y
los torturan durante largas horas, hasta que mueren.
Pero no me secuestraron: he sobrevivido la
prueba.
HAN PASADO algunos días, y no hay noticias de
Bianka. Bróder, me dije, parece que ya te has sacudido un gran clavo de encima.
Tal vez a esa mujer ya le entró un puchito de sano juicio: tal vez ya entró en
razón, la desquiciada.
Para celebrarlo, y como no podía tomar champán, fui
a comprar una cajetilla de cigarros.
Otra vez la misma historia. El Macho y el Grifo
estaban allí, casi que esperándome. Empezaron a decirme no sé qué y no sé
cuánto, en inglés. Y yo pensé: éstos serotes ya se están pasando. Así que le
dije al Macho, con autoridad y sin rajarme: “Te advierto, hombre, parála ya, o
te a va llover verga”.
Sería bonito poder decir que se los dos cholos se
quedaron callados y quietecitos, pero la verdad es que, cuando dije eso, el
Macho se me dejó venir encima, con la intención de zamparme unos buenos
vergazos, cuyas consecuencias hubieran sido sangrientas, si hubieran llegado a
su destinatario.
Buena onda que el Poli –que había estado viendo
toda la escena–intervino, salvándome el cuello.
El Poli es uno de esos chavitos indígenas que
contratan las compañías de seguridad privada. Es un cuate sonriente, bajito, y
de harto carácter. Se toma con seriedad su brete, y siempre me regala cigarros
cuando no tengo.
Cuando la cosa se calmó con los cholos, pude seguir
a la tienda.
No sé cuál es el pedo con estos serotes. Será que
se han vuelto así de montoneros por no tener patria –por ser expatriados. Los
Estados Unidos no los desean. Y en Guatemala como que no se sienten en su casa.
Pues eso: son fantasmas. Viven en una especie de limbo. Residen en el limbo
espectro–migracional que existe entre las patrias.
En la noche, le conté mi problema al Gordo –cholo
él también– y me dijo: ah sí, yo conozco a esos majes del Call Center; mirá
mijo, con ellos no te querés meter; escuché que se dedican a bombear gente por
dinero.
Juan Manuel, que estaba con nosotros, le preguntó
que cómo sabía.
–Esas ondas no se preguntan mi hermano –respondió
el Gordo.
Yo escudriñé sus palabras, y decidí que eran sabias
palabras.
En la tienda de la esquina, un bolo estaba
guaqueando, hasta el queque.
Luego Juan Manuel me invitó a su casa a comer.
Buena mierda.
Su ruco, comoquiera que se llame, estaba allí, ya
bien bolo, y diciéndole cosas bien gachas a su hijo, demostrando en carne
propia que los alcohólicos son una viva mierda.
–¿Y siempre fue así? –le pregunto a Juan Manuel.
–Siempre –contesta Juan Manuel–. Ponéle que venía
yo del colegio, y él estaba con algún su culito, que siempre resultaba ser una
puta. Y entonces me encerraba en un cuarto durante dos, tres horas, el mierda.
Mirá, yo nunca he tenido un padre, Sebastián. Y eso me duele como la gran puta.
En fin, sólo por hoy tendré un poco de amor por mí mismo.
Sus ojos brillaban un poco más de lo acostumbrado.
Pobre Juan Manuel, pensé yo.
Después, Juan Manuel me pasó a dejar a la casa, y
me puse a leer el libro de Meditaciones, pero la verdad solo pude leer un par
de páginas, porque me quedé profundamente dormido.